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Un ramo de narcisos.

Un ramo de narcisos. Tenía razón Bécquer; ¡aquellas golondrinas no volverán!.
No volverán, porque llevaron en sus picos el iris de tus ojos ya repleto de búsquedas paulatinas y disconformes. ¡Fíjate!, que no se quién eres, aunque el corazón se adelante con quejidos de tibieza, esa tibieza de lo conocido y casi hermano. ¡Son sueños del alba!. Son sueños dispersos en la madrugada de los dioses que antes daban esplendor al mundo. Son sueños cargados de hadas.

Al atardecer de este atardecer, he cogido un ramo de narcisos adelantados, que no tempranos, y he lanzado al aire el manojo atado para que la fragancia se esparciera como aquel día en el que las golondrinas escucharon nuestros nombres. Quise que ese aroma fuera reconocido más, las aves, quizá duermen en el cielo de los justos y olvidaron que aquella noche, entre un valle de narcisos, tú decías que era imposible olvidar la estrella que los iluminaba. Decías que con aquel olor se crearía un puente entre los Universos para que si algún día nos perdíamos, pudiéramos volvernos a encontrar.

Volvió el ramo a mis manos, pero volvió vacío...ninguna estela he visto de estrellas, ni de soles ni de lunas...

He reconocido el aroma meloso de las flores y con tu nombre en mis labios, las he besado para que cuando destilen su última gota de vida, salga entero el nombre de tu nombre hacia el viento.

Agua tienen los narcisos, para que aguanten perennemente, el arco difuminado de su llamado.

CLARA

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